Me hallo en un sitio parecido a mi clase, pero soy consciente de que no es mi clase. La profesora haciéndose la manicura contempla con total pasotismo la riña recién levantada. Sólo le falta el paquete de palomitas. La discusión es una de esas que sabes que va a acabar con tirones de pelo y puñaladas a punta pala. Primero empieza suave:
- No, yo no he dicho nunca nada malo de ti- Le replica Ángela con una sonrisa que poco más y se desgarra el labio.
Yo soy consciente de lo que pasa, soy consciente de que llevo guardando espaldas toda la semana, eso es lo que más me molesta: que soy consciente. Y aún así sigo malgastando mis sís en personas que sé que no darían nada por mí. Apurando cada asentimiento para no hacer de menos a nadie. Y soy consciente, jopetis.
-¿A qué sí, Aida?- Lo que me temía, ya estoy otra vez en el ajo.
Todos los ojos se posan en
mí cargándome de responsabilidades que no me pertenecen. Noto como
me asfixian y los míos se humedecen. Las palabras salen a borbotones
de mi boca, sintiendo que ya no pueden más:
-Esta conversación no
tiene sentido. Sois las dos unas falsas, fin de la discusión.
Ya está, lo he dicho, cojo
aire e inmediatamente después me arrepiento. Lo necesitaba,
necesitaba descargarme y siempre lo hago llevada por impulsos y sin
control. No me gusta ser indecisa, que las emociones me dominen y me
arrastren con ellas.
Ángela se va a lanzar
encima mío cuando noto un aire húmedo y pesado sobre mi hombro.
-Aida, Aida...- un
susurro- venimos a sacarte de aquí.
Me giro y para mi sorpresa y
encanto, al otro lado de la ventana se encuentra Jon Nieve subido a
los lomos de un dragón, me ofrece la mano y...
¡Pi,pi,pi! Le pego un
manotazo al despertador. ¡Mierda, mierda, mierda! No pasa nada, me
arrebujo entre las mantas y cierro los ojos mientras hago esfuerzos
en vano intentando recuperar el sueño perdido. Sé que no va a
volver, pero aprieto la frente y pienso dragones, Jon Nieve.
¡Mierda! No, no podía haberme despertado cuando todos me miraban
fijamente, no, tenía que ser en la mejor parte . Esos aparatos
procedentes del mismísimo infierno están hechos para eso, para
arruinar sueños, para no saber el final. Puedes imaginártelo, pero
no es lo mismo. ¿Dónde iría a parar?, ¿me encontraría con más
personajes? No lo sé ni nunca lo sabré. Odio los despertadores, no
porque te recuerden que es lunes y tienes que ir a clase, sino porque
cortan de un tajo momentos que no podrás vivir . Bien que cuando
estas en medio de una pesadilla estos parece que duermen contigo, ni
a pellizcos eres capaz de despertarte. No recuerdo una sola vez en la
que pudiese tener un agradable sueño sin que éste me gritase al
oído implicándome que ya era hora de volver al mundo real, al mundo
sin dragones, sin batallas, sin actores que te invitan a cenar, sin
cantos de sirenas... Lo siento mucho planeta Tierra pero eres una
sosa. Menos mal que voy a un taller de escritura donde puedo
continuar lo que esos cachivaches me arrebatan.
Como podéis ver odio muchas
cosas, quizás demasiadas: odio las discusiones estúpidas, los
gritos, la gente falsa, no controlar mis emociones, ser el centro de
atención, los profesores holgazanes y la parsimonia con la que lo
llevan, pero por encima de todo, odio que me quiten mi imaginación a
pitidos.
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Sí, le acabo de dedicar una entrada al odio...
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